Con la llegada del clima más frío y la reducción de luz natural, muchas personas experimentan una disminución en la motivación y una desconexión de la vida cotidiana. Este fenómeno, conocido como trastorno afectivo estacional (SAD, por sus siglas en inglés), es una forma de depresión leve a moderada que se manifiesta en los meses de otoño e invierno y desaparece en primavera. Los síntomas incluyen tristeza, irritabilidad, sueño excesivo, aumento del apetito, necesidad de consumir carbohidratos o azúcar, aislamiento social y falta de energía.

Algunas personas padecen esta depresión estacional cada año, pero ciertos factores pueden desencadenar su aparición por primera vez. Mudarse a una región con menos luz, vivir en una casa con poca luz natural, enfrentar un invierno especialmente duro, trabajar en turnos nocturnos y el estrés físico o emocional pueden predisponer a los cambios de humor estacionales.
“Gracias a mis investigaciones, se descubrió que el trastorno afectivo estacional puede afectar a cualquiera. Sin embargo, las personas con antecedentes de trastornos del estado de ánimo tienen un riesgo mayor. En particular, los adultos jóvenes y las mujeres de todas las edades tienen una mayor susceptibilidad”, detalla Lina Begdache, profesora asociada de estudios de salud y bienestar de las universidades de Binghamton y del estado de Nueva York.
El origen de la depresión estacional se encuentra en la disminución de la exposición a la luz durante el ciclo de 24 horas, especialmente después del cambio de horario de verano. A medida que los días se acortan, muchas personas experimentan mal humor o una depresión prolongada, vinculada a esta menor exposición a la luz del día. Este desajuste entre el ciclo sueño-vigilia, los horarios de comida y otras tareas diarias puede asociarse con indicadores negativos de salud mental, como la ansiedad y la depresión.
Para tratar el trastorno afectivo estacional, los médicos y terapeutas suelen recomendar una combinación de terapias. “La depresión no es una de esas enfermedades que se le pueden atribuir a un gen. Por lo tanto, no se puede tratar a todos con el mismo método”, afirma la Dra. Gabriela Cora, psiquiatra y instructora de bienestar, quien destaca la importancia del estilo de vida en el tratamiento.
“Durante el verano, salimos más, comemos más frutas y vegetales. Cuando se pone más frío y oscuro, nuestros hábitos cambian. Los patrones de sueño cambian. Se suele aumentar un poco de peso. Es como el dilema del huevo y la gallina: ¿Es por el sol o es por las actividades?”, añade la Dra. Cora.
La especialista recomienda concentrarse en los cuatro pilares de la salud: nutrición, ejercicio, sueño y relajación. “También se debe planificar más actividades al aire libre y consumir más alimentos a base de plantas”, concluye la Dra. Cora, subrayando la importancia de un enfoque holístico para combatir los efectos del trastorno afectivo estacional.